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Recursos Humanos, Ubicación 2

Salir del Laberinto en tiempos de Pandemia. Por César Riaño CEO de Bumok (Consultora de Capital Humano).

En la película de 1998, “El Show de Truman”, dirigida por Peter Weir y con guión de Andrew Niccol, el protagonista disfruta de una vida que él percibe como real, libre y espontánea en su desarrollo, incluso placentera, cuando un día las circunstancias le revelan que todo es un gran engaño. Un engaño tanto en cuanto su pasado, presente y futuro se hallan bajo un control, de otras personas y entidades, muy superior al que jamás hubiera imaginado. Su vida es, en realidad, valga la paradójica redundancia, un reality show. Lo peor es darse cuenta de que su orden de prioridades y toma de decisiones, los valores y principios que rigen su vida, y la definición de su propia identidad y aspiraciones a las que está sujeto, no necesariamente se corresponden con las que él hubiese elegido libremente. La obra, no sólo lleva tiempo convirtiéndose en un film de culto, sino que el paso de los años expande su influencia como referente cultural y de simbología sociopolítica contemporánea. The Truman Show ha sido estudiada como tesis en cristianismo, meta-filosofía, realidad simulada, vigilancia, existencialismo y telerrealidad, entre otras disciplinas.

Film: The Truman Show ( 1998)

La actual pandemia, surgida a principios del año pasado, ha supuesto para todos nosotros un acontecimiento de un impacto similar, en algunos aspectos, a la revelación de Truman Burbank. De repente, nuestras vidas han sufrido un shock de tal magnitud, que ha frenado en seco la rueda giratoria para hámsteres en la que llevábamos años abducidos. Muchos incluso mirábamos a izquierda y derecha de reojo, frunciendo el ceño con la sospecha de que algo no “andaba bien”, pero ahora no hemos tenido más remedio que sacar la cabeza para intentar comprender qué está pasando; qué nos está pasando.

Siguiendo con la metáfora del ser humano como cobaya presa de artilugios que le marcan el camino, a veces, la vida, y en concreto el mercado laboral, puede hacernos sentir como si estuviésemos en un laberinto. Un laberinto diseñado para que sólo podamos tomar determinadas decisiones y avanzar en una misma dirección (como en esos itinerarios de aeropuerto que te obligan amablemente a “pasar por caja”). Nadie nos advierte que sólo sacando la cabeza -una vez más-, podremos ver qué muros del laberinto hay que tumbar o escalar, para crear nuestro propio camino y dirigirnos al destino deseado.

Este período de casi año y medio ha constituido un espacio de observación, reflexión y análisis, durante el cuál hemos podido dedicar un tiempo que normalmente no tenemos, ni por disponibilidad, ni por perspectiva, a reconsiderar varios aspectos de nuestra acelerada existencia. Antes del estado de alarma, amanecíamos con otra alarma diferente, la del despertador que nos arrancaba del sueño y del descanso, tan limitado respecto al que nos reclaman desesperadamente nuestro cuerpo y mente, para lanzarnos a un nuevo día o semana. Una semana más, que en gran medida ya está determinada y condicionada de forma externa a nuestros deseos y prioridades naturales, y que comenzaba con la -a menudo desagradable y estresante- experiencia de enfrentarnos al tráfico o al transporte público para llegar a la oficina.

¿Eso quiere decir que durante el propio confinamiento no hemos tenido que despertarnos antes de lo deseado y atender a nuestras obligaciones? Por supuesto que sí, pero la diferencia es que a lo largo de estos meses un porcentaje significativo de la población hemos tenido un inesperado margen de control adicional para organizar nuestro propio tiempo y nuestras vidas, gracias al teletrabajo forzoso. Y lo que es aún más relevante para el desarrollo de este artículo, hemos dejado momentáneamente de estar tan absorbidos por los hábitos y tareas particulares que nos obligaban a estar centrados en nosotros mismos, para conectarnos más a nuestro entorno, a nuestros seres queridos (aunque fuese a distancia) y a la realidad de nuestros conciudadanos y del resto de seres humanos en todo el planeta. No olvidemos que esta es la primera vez en la historia de la humanidad que toda la población mundial -de forma más o menos directa, con mayor o menor gravedad- comparte al mismo tiempo y a escala global una misma tragedia.

teletrabajo forzoso.

Esta crisis sanitaria ha tenido como principal impacto el darnos cuenta de la importancia de la investigación científica, y de contar con un sistema y servicios de salud públicos sólidos y bien coordinados a nivel internacional. Pero, además, ha generado -entre otros- un efecto secundario de extraordinaria relevancia, y cuyas consecuencias analizaremos durante décadas: nos ha recordado que los miembros de nuestra especie somos de una tremenda fragilidad y, por ende, hemos adquirido mayor conciencia de que nuestra perdurabilidad, individual y colectiva, no disfruta de los niveles de garantía que dábamos por sentado.

Esto a su vez nos está llevando a replantearnos una serie de cuestiones que la nueva perspectiva post-pandémica nos ayuda a ver desde otro prisma:

-¿Estoy cuidando suficientemente mi salud?

-¿Y si enfermo y no puedo estar con los míos?

-¿He estado dedicando suficiente tiempo, en cantidad y calidad, a mi familia y seres queridos?

-¿Llevo una vida acorde a mis valores y prioridades?

-¿Merece la pena el nivel de estrés y agotamiento al que expongo a mi cuerpo y mente?

-Viendo lo breve que puede ser, ¿estoy llevando la vida que quiero?

-¿Estoy invirtiendo mi tiempo y energía en lo que realmente importa?

-¿Quiero dedicarme a otra cosa laboralmente?

-¿Y si me plantease un cambio de vida, de carrera profesional, para estar más en sintonía con mis verdaderas aspiraciones y escala de valores?

-¿Debería enfocar mis esfuerzos a una actividad que contribuya de manera más o menos directa a mejorar algo de nuestro entorno, del mundo en que vivimos?

-¿En qué medida estoy condicionando mi salud y mi futuro en base a mi propio criterio y metas personales, y en qué medida, sin embargo, estoy permitiendo que sean las prioridades de los grandes grupos de interés políticos, mediáticos, económicos, etc., las que lo hagan?

Y la gran pregunta: ¿es posible que este “frenazo” a la dinámica espídica a la que habitualmente estamos sujetos, que no nos deja tiempo, ni energía, ni claridad mental, para observar y reflexionar sobre nuestra existencia y el entorno que nos condiciona, haya despertado un nivel de consciencia individual y colectiva sin precedentes, que dé pie a una recalibración de los valores humanos, en nuestro espacio privado y en el trabajo?.

A ti, estimado lector o lectora, ¿te ha nacido durante los últimos dieciocho meses la necesidad de replantearte aspectos centrales de tu vida?

Y en caso afirmativo, ¿has sabido cómo gestionar estas dudas? ¿Te ha generado un mayor sentimiento de auto-control en los procesos de análisis y decisión sobre tu presente y futuro? ¿O por el contrario te ha generado más ansiedad, confusión e incertidumbre? ¿Ha sido más poderosa la sensación de libertad o la presión de la responsabilidad de tomar las riendas de tu propio destino?

¿Cómo te ha impactado esto profesionalmente? ¿Te ha surgido la duda de repensar tu lugar en el mundo laboral? ¿Se te ha pasado por la cabeza revisar la misión y visión de tu identidad profesional? ¿Has recolocado el orden de tus prioridades respecto a lo que un trabajo debe aportarte?

Sí, yo también pienso que 20 preguntas, las que acabo de lanzarte, son muchas.

¿Demasiadas?. Eso lo decidirá cada uno de vosotros. Pero si no ahora, entonces qué, si no ahora, entonces cuándo, como se preguntaba Tracy Chapman justo 10 años antes de la película de Weir:

If not now, what then?

We all must live our lives.

Always feeling.

Always thinking.

The moment has arrived.

If not now, then when?

Pasemos de las preguntas a las respuestas. Te invito a considerar las siguientes revelaciones que, a raíz de la pandemia, han tenido un importante número de ciudadanos, y analizar si te sientes identificado con alguna de ellas:

  • El teletrabajo me ha permitido darme cuenta de que puedo ser mucho más productiva si no tengo que soportar a esa jefa o compañero tóxico a mi alrededor
  • Mi salud y la de mi familia ha pasado a ser una prioridad aún más clara, aunque tenga que sacrificar otras cosas, a nivel profesional o económico
  • No tiene sentido preocuparme por mi futuro dentro de 10 o 15 años, si las cosas pueden cambiar tanto en tan poco tiempo
  • Pienso aprovechar mis vacaciones al máximo, para descansar o disfrutar con la gente que me importa, y eso incluye desconectar del trabajo totalmente
  • Si no cuido más de mi cuerpo, priorizando el tiempo para hacer ejercicio y disminuyendo el nivel de estrés, nadie lo hará por mi, y con el trabajo actual, resulta casi imposible
  • No puedo seguir anteponiendo tanto las prioridades de la empresa a las mías y a las de las personas de mi equipo; las entidades u organizaciones no pueden crecer o tener éxito a costa de un excesivo sacrificio personal de sus trabajadores
  • De qué me sirve captar tantos clientes y facturar tanto si luego no voy a tener tiempo y salud para disfrutar los beneficios.
  • Dejaría hoy mismo mi empleo actual si otra empresa me ofreciese un ambiente laboral más sano y respetuoso, más flexibilidad horaria o un trabajo más trascendente y satisfactorio
  • Necesito tomar decisiones laborales que me permitan tener una mayor libertad y un mayor control personal de mi tiempo y de mi futuro.

¿Cuántas de estas afirmaciones han cruzado tu mente, aunque sea durante una milésima de segundo?

Y aquí, hago un breve paréntesis para encender una señal de alarma. Cuidado. Achtung!

Esta pausa pandémica, como todas las crisis, puede suponer un RIESGO o una OPORTUNIDAD.

Cuando surge una situación inesperada de gran impacto potencial, como esta pandemia, el ser humano, en base a su naturaleza más primaria o primitiva, puede reaccionar de tres maneras elementales. Siguiendo el modelo anglosajón de las tres “F”, las personas adoptan una de las siguientes reacciones psicológicas ante una amenaza:

  1. Fight (pelear): enfrentarse a la situación, aprovechar al máximo los recursos disponibles para superar la situación
  2. Flight (volar): salir huyendo, evitar la amenaza.
  3. Freeze (congelarse): bloquearse, no hacer nada, no optar por una de las otras dos opciones anteriores.

En este caso, el riesgo está en que este nuevo nivel de conciencia sobre nuestro -llamémoslo- “desequilibrio vital”, o bien nos paralice, o bien sintamos que no podemos enfrentarnos a él, y optemos por salir huyendo, es decir, refugiarnos en nuestra zona de confort y esperar a que pase la tormenta. Tanto si caemos en la conocida como “parálisis por análisis”, como si recurrimos a vías de escape improductivas, estaremos contribuyendo a aumentar de tamaño la bola de nieve, a seguir llenando el vaso, hasta que rebose.

Ante las preguntas o situaciones que planteábamos más arriba relacionadas con la crisis laboral, algunas personas optan por iniciar o perpetuar interminables procesos de autoconocimiento, auto-ayuda, sesiones de coaching, o incluso se inscriben compulsivamente en acciones formativas (seminarios, webinars, cursos de LinkedIn, Moocs, etc.) con la excusa de la extensa oferta gratuita y un “espíritu aprendedor” que les genera una doble -¿falsa?- sensación de estar en proceso de cambio y a la vez mantenerse activos. Es una forma de aparcar la toma de decisiones y resistirse a comprometerse con un nuevo camino.

Otras, sin embargo, rehúyen afrontar la crisis de frente, optando por vías de escape de diversa índole, que pueden ir desde las más “constructivas”, como tomarse un período sabático para viajar, escribir o dedicarse a la familia, a las más autodestructivas, como refugiarse en el consumo de drogas (más o menos fuertes), el auto-abandono y la autocompasión dañina, o incluso tirar la toalla definitivamente. Entre ambos extremos, surgen hábitos y comportamientos de fuga como la justificación de la complacencia, restando importancia a los aspectos laborales que vemos más negativos para no tener que cambiar de trabajo, el positivismo a ultranza (una moda actual que penaliza reconocer públicamente que estamos mal o en desacuerdo con grandes convenciones sociales y laborales), o el cinismo y la exaltación de la realidad sobrevenida como única dirección posible, la base del pensamiento único, que acusa a los divergentes de utópicos y débiles. El problema de estas dos opciones -parálisis y huida- es que si no afrontamos esa crisis interna y tomamos decisiones para salir de ellas, nuestra salud física o mental puede resentirse, y llegar a ser demasiado tarde.

Tomemos como ejemplo la aceptación de la jornada laboral actual, anterior o posterior al inicio de la pandemia (la cuál parece haber incrementado en muchos casos el número de horas de dedicación semanal al trabajo, como un precio que parecemos estar dispuestos a pagar a cambio de mayor flexibilidad horaria).

Una investigación de la OMS y la OIT de hace casi un lustro, desconocida hasta la fecha, arroja luz y datos escalofriantes sobre el ratio de fallecimientos en el mundo causado por largas jornadas laborales. En 2016 las jornadas laborales de 55 o más horas semanales provocaron 745.000 defunciones por accidentes cerebrovasculares y cardiopatías isquémicas. Esta cifra es casi un 30% superior a la del año 2000. El perfil medio del fallecido es hombre (72%), ciudadano de las regiones del Pacífico Occidental y de la Asia sudoriental, y trabajador de mediana o avanzada edad. Pero en Europa, los números no dejan de ser preocupantes, y las muertes de ese año alcanzaron las 33.500 por cardiopatías y 24.200 por accidentes cerebrales, todas vinculadas a largas jornadas de trabajo. En España, el número de personas expuestas es de 1,1 millón. Los que más se exponen en nuestro país son los autónomos (632.800), seguidos de los asalariados (485.300).

Muertes de ese año alcanzaron las 33.500 por cardiopatías y 24.200 por accidentes cerebrales, todas vinculadas a largas jornadas de trabajo. En España, el número de personas expuestas es de 1,1 millón.

Las principales causas de los fallecimientos son dos:

  1. Las respuestas biológicas al estrés resultante de largas horas de trabajo (con impacto en el sistema cardiovascular y lesiones estructurales)
  2. Las “respuestas conductuales al estrés” por trabajar tantas horas, como el consumo de tabaco o alcohol, dietas poco saludables, inactividad física y deterioro del sueño.

No hace falta ningún estudio científico adicional -que los hay- para intuir que además de estas cifras de fallecimientos por jornadas laborales superiores a 55 horas, las que se encuentran entre las 40 y las 55 deben estar causando igualmente consecuencias graves para la salud cuando la ansiedad, el estrés o el agotamiento tienen un papel tan predominante y continuado (aunque no hayan derivado aún en defunciones).

Pero por encima de todas las razones que podamos haber citado para asumir el reto y la responsabilidad de mejorar nuestra situación, encontramos la más comprometida: se lo debemos a todas aquellas personas que no tienen la oportunidad de plantearse un cambio; las expulsadas del mercado de trabajo, las que son esclavas de su insuficiente y bloqueada cualificación, las que viven bajo el yugo constante de la supervivencia diaria.

A continuación, comparto un extracto de una entrevista de 1991 entre dos genios de la palabra y la comunicación, uno del periodismo y el otro de la literatura. 

Jesús Quintero: «Señor Gala, ¿Qué es lo más inteligente que se puede hacer en esta vida?»

Antonio Gala: «En principio yo le diría: irse a una playa. Pero en el fondo, de verdad, tengo que decirle que salir de esta especie de laberinto en que nos han metido, una vida que no es la nuestra y que no es la mandada. Que es una organización que necesita esclavos para seguir manteniendo la pura organización que necesita esclavos, y así hasta el final. Salirse de esa cadena terrible, desencadenarse. A riesgo de la soledad, a riesgo de la falta de comprensión, pero irse un poco al campo, en el mejor de los sentidos. Salir de esa extraña y monótona esclavitud de cada día. Darle a cada día su propio afán, pero también su propia sonrisa, su propio gozo, su propio color, su propio aroma. Eso es la inteligencia. Porque una inteligencia que no nos ayude a vivir, no la quiero. No me sirve para nada. No creo que le sirva para nada a nadie«.

Ya sea por llevar un ritmo de trabajo excesivo, por no poder conciliar con una vida personal que necesitas como el aire, o por el vacío que sientes al dedicarte a algo que no te hace sentir útil, o mejor persona o profesional, te animo a que luches por encontrar tu camino o tu lugar, y salir del laberinto. Y eso sólo puede hacerse reconociendo tus emociones, confiando en tus capacidades y potencial, pidiendo ayuda si la necesitas, y tomando decisiones.

Si Truman pudo, tú también.

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