A pesar de su dureza, la crisis sanitaria provocada por el coronavirus no ha sido la primera del siglo XXI y, por desgracia, es muy probable que tampoco vaya a ser la última. De hecho, la OMS ya ha declarado en lo que llevamos de siglo cuatro emergencias internacionales, en concreto, dos por ébola, una por Zika y otra por poliomielitis; así como dos pandemias.
No obstante, esas no son las únicas preocupaciones para quienes dedican su tiempo y esfuerzo para evitar que algún día nos volvamos a encontrar con una crisis como la del COVID-19. Por ello, quisiera mencionar el reto de las bacterias multirresistentes, un problema que, en la actualidad, provoca más muertes al año que los accidentes de tráfico.
Y me consta que, tras el sufrimiento que ha traído el coronavirus, a muchos les parecerá que este asunto no puede ser algo muy prioritario y que seguro que puede esperar. Por esa razón, quisiera recordar que, como dijo hace poco la Organización Mundial de la Salud: “El problema es más grave de lo que parece…”.
Y la clave para evitar que algo así se pudiera repetir podría estar en la tecnología, en concreto, en la inteligencia artificial. Y es que fue gracias a ella que se llevaron a cabo millones de simulaciones para encontrar las debilidades en la estructura molecular del coronavirus, y también es la forma en la que muchos han trabajado para conocer cuál sería la reacción del virus frente a la aplicación de posibles compuestos químicos, ahorrando mucho tiempo y dinero en pruebas de laboratorio en un escenario en el que cada segundo importa.
Por todo ello, ¿seremos capaces de adelantarnos a la próxima crisis sanitaria? ¿de preverla y de evitarla, gracias al poder que tienen juntas la ciencia y la tecnología?